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Necesidad de Bach en libertad.

  • Foto del escritor: Javier Acosta Giangreco
    Javier Acosta Giangreco
  • 22 mar
  • 3 Min. de lectura

Mis tiros y aflojes con el compositor más grande de la humanidad.


 

Descubrí la música de Bach cuando era niño. Mi padre me había regalado un disco antológico del celebre guitarrista español Andrés Segovia, cuales contenía algunas versiones de obras tan monumentales como la “Chacona” y varias partes de diferentes Suites y Sonatas.


Aquella música me cautivo, la misma estaba llena de expresividad y colores aparte, del elaborado contrapunto tan propio del genio de Leipzig que tan bien conjugaban en las 6 cuerdas.

Algunos años después, cuando ya había adquirido el nivel para enfrentarme a estas obras, me encontré con un clima hostil y oscuro. La mayor parte de mis maestros (no todos) tomaban a la música de Bach como un objeto de culto, cual uno debía estudiarse voluminosos tratados para siquiera animarse a poner el dedo en sus notas musicales.


Este clima también estaba fogueado por los alumnos, quienes, imitando el fetichismo de los maestros, comenzaban a hablar de cosas como: “historicismo”, “falto de estilo”, “ornamentos en doble cuerda” y arrancaba así esa paja mental de difundir las versiones “correctas” y destrozar a las “incorrectas”.




Andres Segovia interpretando la Gavota de la Partita No. 3 BWV 1006.


Entre las “incorrectas” estaban las de Andrés Segovia, la de Pau Casals en el cello, las de violín en Heifetz, o en la orquesta las de Karl Richter con sus masivos coros y orquestas desmesuradas. Todas aquellas versiones que a mí me habían cautivado y me abrieron las puertas a la música de Bach, se habían vuelto ejemplos de mala educación bachiana.


Como todo alumno sumiso deje de lado mis gustos y fui a entender porque estas versiones eran verdaderamente “incorrectas”. Me leí los volúmenes, escuche al detalle a los intérpretes historicistas “los correctos”, deje mis versiones “para guitarra” y me fui a los urtext (fuentes primarias) y un largo etc. de buenas costumbres.


Al poco tiempo me agobie y todo ese mundo comenzó a darme rechazo. Lo comprendía, pero no lo sentía. Las versiones “correctas” me parecían frías o indiferentes, incluso algunas excesivamente superficiales, algo que critica Harnoncourt en sus libros, pero pocos de sus adeptos lo escuchaban. Paradójicamente, el exceso de una teorización forzada y mal administrada, terminaron anulando mi sensibilidad hacía esta música, dejándolo en el cajón por muchos años.


Hoy, y después de haberme alejado de todo esto, retomo con la música de Bach de otra manera. Mejor dicho… a mi manera. Uno no puede dejar de lado todo lo aprendido ni lo vivido, pero he tirado por la borda aquella “sacralidad” que existe en este mundillo. Simplemente disfruto de tocarlo y para ello vuelvo a mis urtext, mis propias fuentes primarias: Segovia, Richer, o Casals.

También escucho a las referencias de lo “correcto”, tomo de ellos lo que me gusta y voy preparando mi propio coctel bachiano.


Después de muchos años transitando en el mundo de la música, he aprendido que hablar de lo correcto y lo incorrecto es un acto de soberbia. En el arte, a nivel estilístico e interpretativo, lo que uno valora como correcto o incorrecto no es más que una imposición del otro hacia los demás. Pura subjetividad.


Habrá elementos más propicios a la esencia de una música en particular que otras, pero de ello a imponer elementos musicales como compartimientos estancos, sin que estos hayan permeado de manera sincera en el artista, y sin tener en cuenta la sensibilidad, el gusto y la cultura del interprete individual, es a mi manera de ver, un acto de atropello a la personalidad de ese artista y su proceso individual. La antítesis de lo que un verdadero maestro debe hacer.


Bach termina sus obras religiosas y algunas profanas con el epígrafe S.D.G (Soli Deo Gloria) “Solo la gloria a Dios”, si de verdad creemos en ella, dejemos la gloria a Dios y seamos nosotros sus ciervos en la tierra enalteciéndolo con nuestros propios dones que el mismo nos ha regalado.


Hay que estudiar mucho a Bach para comprenderlo, pero no se necesita más que pocos minutos para amarlo y sentirlo propio. No dejemos de tocar a Bach por no comprenderlo en su totalidad, para ello tenemos la vida entera para intentar descifrarlo.

 

 

Javier Acosta Giangreco

Barcelona, 22 de marzo de 2025

 
 
 

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